El trastorno bipolar desde el psicoanálisis
Los dos polos de este trastorno afectivo se refieren a estados de ánimo pronunciados de manía y depresión. Uno de los dos suele extenderse por más tiempo que el otro pero, siempre se intercalan, haciendo de esta fluctuación una condición mental tortuosa y limitante. La etiología de esta enfermedad apunta a múltiples factores, dentro de los cuales se comprenden la genética, la estructura psíquica, ciertas condiciones neurológicas del paciente y el ambiente emocional. Un aspecto relevante en este último sentido tiene que ver con, a menudo, con el trauma de separaciones y pérdidas afectivas tempranas.
Ahora bien, para el psicoanálisis, el sujeto, es decir, la dimensión psíquica de la persona que consulta, es un sujeto de lenguaje. Cuando pensamos, cuando sentimos o cuando hacemos algo concreto, siempre estamos hablando. Nos hablamos a nosotros mismos todo el tiempo; y a los demás, les hablamos. Las personas nos hablan. Incluso, cuando no utilizamos el lenguaje articulado gramaticalmente, usamos símbolos para comunicarnos. El lenguaje está siempre presente y los sueños no son una excepción. Sin embargo, hay que agregar que paralelamente existen diversas experiencias humanas cotidianas que nos cuesta mucho trabajo describir con el lenguaje. Acciones habituales parecen resistirse a ser dichas, pese a que lo intentamos con grandes esfuerzos.
Pues bien, el lenguaje se nos inculca muy temprano en nuestras vidas y determina el modo como nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos. Somos palabra, frases, sintaxis, narración, relato, discurso en definitiva. Así, entonces, el trastorno bipolar tiene su propio texto. Una paciente esta mañana se expresaba así de sus vaivenes emocionales:
“Cuando estoy en el polo triste, quisiera morir, no tengo ganas de hacer nada, ni de levantarme; no quiero relacionarme con la gente y siento que mi vida no tiene propósito. Cuando estoy en el polo alegre, quiero vivir, disfruto hasta de respirar y tengo certeza de que mi vida tiene un propósito”.
Es importante destacar que en la alternancia de polos, el sujeto expresa verbalmente sus estados de ánimo. En el extremo depresivo, por ejemplo, es muy común que se manifieste un fuerte sentimiento de culpa, que conduce a los autorreproches y autodevaluaciones. Esta culpa puede estar íntimamente relacionada con la pérdida de un objeto de deseo (un amante, un puesto de trabajo, un ideal, alguna cosa valiosa, etc.). La recriminación está vinculada con la supuesta responsabilidad en esa pérdida y, en consecuencia, surgen severos juicios del sujeto contra sí mismo.
Por otro lado, en la fase maniaca, el sujeto discurre de otro modo, obviamente. Sus expresiones serán eufóricas, exaltadas y entusiastas. El individuo se siente provisto de una energía desbordante pero, principalmente, cesa el remordimiento de la fase depresiva. Experimenta la sensación de haber sido liberado del peso de la condena que él mismo se había hecho. Recargado de fuerzas, puede sentirse temerario, libidinoso, creativo o, simplemente, libre de toda atadura.
Como se echa de ver, en la depresión hay un castigo y en la manía hay un indulto, una prisión y una liberación, es decir, discursos que el sujeto ha construido en torno a la pérdida de un objeto. Discursos que gobiernan la conducta y que se explican en parte por la neurobiología, razón por la cual no debe descartarse el empleo de fármacos que permitan regular el estado de ánimo. Sin embargo, psicoanalíticamente, ese objeto perdido es lo que ocasiona un posición del sujeto ante tal pérdida. Es de tal punto apremiante esta pérdida que, como un modo de compensarla, el sujeto es capaz de identificarse inconscientemente con ese objeto, lo cual explica por qué se tortura como culpable y juez a la vez.
Ahora bien, la fluctuación que hace alternar manía y depresión puede entenderse como un mecanismo de defensa que el sujeto del inconsciente opera para neutralizar la fuerza del polo contrario pues, al final de cuentas, ninguno de los dos logra recuperar ese objeto perdido. En suma, la oscilación de este péndulo maniaco-depresivo (como se le llamaba antes) es el efecto de la “decepción” que representa cada extremo, ambos incapaces de restablecer la homeostasis, el equilibrio anhelado que significa poder admitir que nada es para siempre, que la vida a veces nos arrebata lo más querido o que, sencillamente, a veces no podemos tener lo que amamos.
El psicoanálisis es como psicoterapia busca encontrar una nueva posición subjetiva ante esta bipolaridad, reinterpretándola como una búsqueda de algo que nos urge y que puede brindar una nueva relación según nuevas coordenadas y nuevas reglas del juego.
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