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Focusing y Cambio de Personalidad

 

Comentario y síntesis a Una Teoría del Cambio de la Personalidad de Eugene Gendlin, 1964.

(Presentado en el Postítulo en Psicoterapia Experiencial, versión 2014-2015, en el instituto Focusing Chile, dirigido por Edgardo Riveros)

 

La experiencia de leer analíticamente el texto de Gendlin no deja ver sino hasta avanzadas las páginas que se trata de una profundísima exploración fenomenológica en el más puro sentido en que Husserl la estableciera como una egología. De hecho, en la página 99 de la edición de Edgardo Riveros (2008), plantea que «los sucesos interpersonales ocurren antes que exista un yo. Los otros nos responden antes de que lleguemos a respondernos a nosotros mismos. Si estas respuestas no estuvieran interactuando con los sentimientos —si no hubiera nada sino las respuestas de los otros como tales—, el yo no llegaría a ser nada más que respuestas aprendidas de los otros. Pero las respuestas de los demás no son, sin embargo, sólo procesos meramente externos. Ellos son sucesos en interacción con los sentimientos del individuo. El individuo, por lo tanto, desarrolla una capacidad para responder a sus sentimientos. El yo no es entonces meramente un repertorio de respuestas aprendidas sino un proceso de respuestas a los propios sentimientos». Efectivamente, en este poderoso pasaje, Gendlin manifiesta su compromiso con una facción de la tradición filosófica de occidente que concibe al sujeto humano como un flujo permanente que se despliega en y como existencia pura. Así, la desintegración mentalista y abstracta que han operado diversas corrientes psicológicas, con todos los méritos que les corresponden, no sería más que una construcción teorética operacional, pero no vivencial ni apegada a las cosas mismas, parafraseando a Husserl.

La concepción según la cual los sentimientos del sujeto responden al funcionamiento psicofisiológico y, por tanto, a su concretitud existencial llana, tal cual es echada al mundo, cobraría un valor único en la psicología experiencial y un recambio paradigmático para la psicoterapia que no asoma en ninguna otra práctica de manera tan explícita como acá.

Aun más, un poco más adelante en el texto, Gendlin se pronuncia de tal forma que no sólo ilumina epistemológicamente el encuentro interpersonal sino que, además, consigue reenfocar la primacía de este encuentro como toda posibilidad de acción psicoterapéutica. En este párrafo de la página 100 (Riveros, 2008), advierte que la dinámica que moviliza el cambio de personalidad «no se pone en marcha cuando estamos solos, de nada ayuda recitarnos a nosotros mismos los contenidos o evaluaciones exitosas que recordemos de una persona con quien nos sentimos “más nosotros mismos”; los efectos de tal persona en nosotros fueron provocados no por su evaluación, la cual podemos repetirla hasta el cansancio dándonos aliento a nosotros mismos. Más bien, el efecto ocurrido a través de sus respuestas a nuestro concreto proceso de sentimiento y, en algunos temas, lo reconstituyó y lo puso en marcha. Si pudiéramos hacer eso estando solos, estaríamos por ende siendo independientes en tales temas», o sea que, existiría una independencia absoluta respecto de las interpretaciones o evaluaciones que otro realice sobre nuestra carga afectiva, por ejemplo, pero, en cambio, la “consideración positiva incondicional” —que es otra manera de decir “fenomenología”— otorga una medio de fluidez hacia el proceso que se pone en marcha desde lo que realmente está ocurriendo y no desde lo que se dice que está ocurriendo. Notable diferencia.

Y es que pareciera que la inspiración de Gendlin rescata los ecos de un Heráclito, entendiendo al ser humano como eclosión perpetua de interacciones que no pueden ser acotadas por abstracción alguna. De allí que se constituya casi en un lema experiencial la noción de que «lo que obstaculiza a un individuo a cambiar por la experiencia, los factores que lo llevarán siempre (por definición) a perder de vista o distorsionar todo aquello que pueda hacerle cambiar [está restringido a menos que] su personalidad cambie primero», es decir, no antecedida por una comprensión hermenéutica de sí mismo. No obstante, ni siquiera esto viene a contradecir los hallazgos de un siglo de psicoanálisis, por ejemplo, sino más bien a despejar el porqué de sus ineficiencias terapéuticas que no obstan respecto de su consistencia teórica interna.

En el marco psicoterapéutico, la concentración en la experiencia corporal simbolizada y, desde ahí, movilizada hacia resignificaciones, como método del focusing, demuestra por qué los clientes o pacientes pueden llegar a comprender en profundidad las vicisitudes de su psicodinámica y las consecuencias de nunca haberse enterado de que todo ello…, estaba ocurriendo dentro. De alguna manera, cuando Gendlin expone los “dos problemas” habituales de la psicoterapia en la forma de “el paradigma de la represión” y “el paradigma del contenido”, está descubriendo lo que ha sido la mayor fortaleza y la mayor debilidad, paradójicamente al mismo tiempo, del psicoanálisis freudiano —otra cosa distinta habría que decir del lacaniano— puesto que la “toma de conciencia” del Wo Es war, soll Ich werden estaría encerrada en un loop psicodinámico que quizá, cuantas veces tuvo éxitos atribuidos a un método que pudo ser inclusive iatrogénico. En efecto, la “toma de conciencia” en Gendlin tiene, más bien, un carácter fenomenológico, o sea, que emerge desde lo más substancial: el cuerpo. Todo lo demás sería, críticamente, mentalismo.

Si en la teoría psicoanalítica ocurre el cambio y la cura, esto queda expuesto desde el estado original neurótico hacia el estado de alivio expresado en un discurso. Claramente, esto abre margen a un complejo debate que no tiene lugar acá, pero que transparenta la oscuridad tradicional en la explicación de cómo se construye ese “puente” de un estado al otro sin recurrir a la propia explicación psicodinámica e interpretativa. Citando a Gendlin, «si nuestros constructos explicatorios se fundamentan solamente en los contenidos, ellos por sí solos no logran explicar el cambio en la naturaleza sólo de esos contenidos» (p. 63).

De esta manera, la proposición gendliana sitúa, de nuevo fenomenológicamente, el cambio de personalidad en dos ejes, a saber, 1º que el cambio implica un flujo afectivo, y 2º que el cambio ocurre en el contexto de una relación interpersonal en marcha (p. 64), agregando ahora, abiertamente, una consideración existencial al proceso de cambio de personalidad.

Cuando nos referimos a la dimensión existencial estamos apelando a la condición “objetiva” del “estado de yecto” del ser humano, en términos heideggerianos. O sea, el estado en que antes de toda personalidad, de toda psicogénesis, etc., hay un ser en el mundo que interactúa con otros (el Mitwelt) en toda la extensión de su vida concreta. Vida que, por cierto, es corporal. Por eso es que en esta misma sección, el autor pondrá en entredicho lo que las personas «en una sesión dada de psicoterapia [comprometen] de una manera “meramente” intelectual», acusando sólo el proceso psicodinámico interpretado y teorizado, desapercibiéndose del proceso de sentimiento, acaecido realmente en el sujeto.

Así es como Gendlin avanza hacia una teoría del experiencing como modelo procesal de los sucesos psicológicos concretos que ocurren al individuo o, incluso, que son el individuo mismo. Se trata de observar el proceso como algo sentido efectivamente en el cuerpo. Y así, se denomina referente directo a la sensación interna y corporal que “marca” la experiencia de manera dinámica. De allí que, en el parangón, tienta la propuesta de un término como “ontodinámica” para oponerse a la psicodinámica.

El referente directo conecta con un dato interior del que se hablará en el experiencing. De eso hablamos, eso sentimos y eso es lo que realmente ocurre. Se manifiesta lo implícito en el experiencing pese a que lo que logramos explicitar simbólicamente no logre satisfacer por completo esa experiencia. Gendlin lo expresa como que «empleamos símbolos explícitos sólo para porciones muy pequeñas de lo que pensamos. La mayor parte del contenido de un discurso lo tenemos en forma de significado sentido» (p. 69). Por eso, «cuando hemos definido las palabras que hemos usado, o cuando hemos “elaborado” lo que hemos “querido decir”, nos damos cuenta de que el significado sentido que empleamos siempre contiene implícitamente una cantidad extraordinaria de significados, siempre muchos más que aquellos a los que les hemos dado una formulación explícita» (p. 70), enfatizándose en esa dimensión experiencial inagotable que representa lo que estamos llamando acá el “flujo” —casi querríamos decir “heraclíteo”.

Por otro lado, Gendlin acuña el concepto de una autopropulsión (en inglés, carrying forward), la movilización de un contenido implícito que se reconoce como sensación sentida y que el psicoterapeuta ayuda a poner en marcha por medio de la práctica clínica de la empatía, el acompañamiento incondicional que ofrece símbolos a su cliente.

Pero este acto no es tan simple. En efecto, «los símbolos `que ofrece el terapeuta] deben actuar con el sentir antes de darle un significado» (p. 72), exponiéndose así su naturaleza preconceptual, previa a la modelación organizada. La autopropulsión, entonces, actúa como interacción con símbolos verbales y genera un proceso que consigue explicitar significados.

Se deja ver así cómo el focusing se autopropulsa, en una interrelación humana, que puede ser psicoterapéutica, desde el referente directo como experiencing hacia la simbolización. Gendlin propone que esquemáticamente observemos el proceso como un movimiento que se mueve así:

1º Referente directo

2º Develación

3º Aplicación global

4º Movimiento del referente

La focalización o focusing se basa en el reconocimiento experiencial del sujeto de este referente directo. De hecho, este reconocimiento no pocas veces consigue por sí solo un cierto alivio por cuanto se lo enfoca sin exigirle explicitación. La sola referencia y la atención prodigada, en el plano de lo implícito, captura la esencia que acá estamos denominando existencial del experiencing. Luego, devendrá la develación como apertura —cosa que no deja de resonar la aperturidad de Heidegger como una suerte de saber no intelectual, lejano al contenido pero firmemente vivido—. Es el momento de la sorpresa y la constatación palmaria del sentimiento que permite apuntar internamente la sensación sentida. Develación en ese sentido será iluminación global del proceso. Precisamente, es entonces cuando puede extenderse el hallazgo experiencial hacia otros aspectos de la personalidad. Esta aplicación global no es un esclarecimiento y Gendlin es tajante en distinguirla del insight. Más bien, se trata de un saber que “hay algo ocurriendo” y de sentirlo de una “manera activa”, con lo cual no queda implicado un saber explícito o resolutivo. Para Gendlin el cambio que gesta la aplicación global ocurre en otro nivel subjetivo; un nivel en que se ha experienciado el movimiento del referente. Esto pasa cuando el sujeto siente una transformación en eso que primeramente indicó de una cierta manera y que ahora es experimentado de otra. Así, es la cualidad la que se ha modificado pero, nuevamente, no se trata de una “comprensión” en el sentido ontológico clásico de decir que algo es algo. En el focusing la experiencia de saber opera de otra manera, como sensación sentida y como simbolización móvil, si cabe la expresión. Por ello es que esta experiencia, «este “descenso” en sí mismo, este focalizar, y sobre todo, el proceso de sentimiento desde el cual surge, permite la verbalización [ulterior] del flujo subyacente de los acontecimientos del cambio de personalidad» (p. 87).

Paradigmáticamente, asombra descubrir cómo este modelo procesal supera cualquier discursividad psicológica o psicoterapéutica en tanto en cuanto llama a “callarse y escuchar” antes que a especular o interpretar, a “invadir” la experiencia del otro desde preconceptos. De hecho, hemos visto, se trata de las fuerzas operando en el nivel preconceptual, allí donde se suscita la experiencia existencial del sujeto.

El experiencing actúa en un interior implícito en que convergen múltiples significados, mismos que son sentidos en la experiencia emocional y que no necesariamente alcanzan una simbolización verbal. Ahora bien, Gendlin distingue allí lo que llama la ley de reconstitución del proceso del experiencing (p. 94) para despejar la propulsión, que ya es funcionamiento implícito, de la reconstitución, que pone en marcha o moviliza los aspectos que no funcionan implícitamente como en un todo congelado. Cuando ocurre lo primero, se denomina “sí mismo” a esa interacción funcionante de los sentimientos del individuo. En cambio, cuando no funcionan, que es generalmente la situación del consultante de psicoterapia, el individuo no es capaz de gestionar su experiencia. Gendlin se interroga acerca de esto: «¿Por qué un individuo no puede llevar adelante por sí solo su ya implícito funcionamiento del experienciar de manera que pudiera reordenar y reconstruir los aspectos de la estructura rígida?» (p. 95). Pues porque usualmente tal campaña tenderá a la búsqueda circular de respuestas y análisis de lo que no funciona, verbigratia, en “¿por qué siento tanta envidia de alguien a quien amo?”, quizá derivando en cuestionamiento éticos que nada tienen que ver con la experiencia de su sensación sentida.

En focusing será la primacía del proceso experiencial la que detona implícitamente las nuevas significaciones y, por tanto, como psicoterapeutas «debemos atender y simbolizar en función de poner en marcha el proceso y, por lo tanto, reconstruirlo en ciertos aspectos nuevos. Sólo entonces, en la medida en que los nuevos contenidos lleguen a funcionar implícitamente en términos de sentimientos, podemos recién llegar a simbolizarlos» (p. 97).

En suma, el cambio de personalidad, fin de toda psicoterapia humanista, dicho esto en sus fines clínicos, responde a un proceso y a la manera en que ese proceso ocurre antes que a los contenidos que entran en juego. Así, en cuanto el experiencing mueve una interacción entre paciente y terapeuta, desde lo que nos enseñara ya Carl Rogers sobre esta relación, es eficaz porque el sujeto es lo que es ante un Otro, y es con ese Otro cuando es factible que emerja su significado explícito, su resignificación a través del movimiento de sentimientos. Es la oportunidad de una experiencia existencial auténtica la que se descubre corporalmente en este flujo que es habitar como ser humano.

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