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La cosa y el goce

Introducción

 

El asedio de las redes sociales es tal porque lo permitimos, justamente, porque a veces nos interpela, nos invita a algo que pareciera ajeno pero que acaba siendo propio. Recuerda lo éxtimo. Y en una de esas entregas, el analista argentino Marcelo Augusto Pérez, que ofrece cápsulas lacanianas, plantea que «[en el análisis] lo real se convoca y el encargado de ello es el analista», ante lo cual nos embarga la pregunta ¿y cómo se hace eso? Ciertamente, cuestión repetitivamente interrogada en psicoanálisis de orientación lacaniana. Pues bien, en este punto, asumida la archiconocida sentencia “el inconsciente está estructurado como lenguaje”, citada acá sólo para invocar la doctrina del significante, su registro simbólico, etcétera, nos detenemos en el hecho craso de que nuestros pacientes hablan en sesión. Podemos decir míticamente que no sabemos si lo hacen o no fuera de ella. Pero en sesión echan fuera palabras, frases y Pérez pretende que con ese material convoquemos lo real. Entonces, ¿qué hay de real en lo dicho? Jacques-Alain Miller[1] propone que sujeto de derecho y sujeto de hecho deben ser claramente distinguidos. Este último es objeto del periodismo, oficio que jamás debe ejercer el analista. En cambio, el sujeto de derecho será aquel que se apersona para decir algo que siempre es, finalmente, sobre sí mismo.

 

Ese algo es etimológicamente muy interesante pues proviene del latín aliquid, que si se descompone en sus raíces ali, de alius (otro) y quid, (que), interpretaremos como “un otro qué”, otra cosa. El sujeto habla de una cosa, de algo, de un otro qué. Y aun más, le proponemos que hable de cualquier cosa a sabiendas que hay una sola cosa de la que puede hablar; una cosa que es causa de su deseo de hablar. Nuevamente, etimología en mano, cosa viene de causa. Lo que causa es una cosa. Éste es nuestro afán en esta monografía, decir algo de esa cosa muy singular que nos causa de un modo absolutamente real pese a que acabemos discurriendo de ella, duplicándola simbólicamente. Matándola.

 

La cosa y el goce

 

Establezcamos que el decir, palabra que curiosamente suena como ‘désir’, el deseo francés, es el medio requerido para que analizante y analista confluyan en el Otro. Pues, aun cuando este último elide su estatus humano convirtiéndose en un objeto funcional a la operación analítica, aun así, habla. Lacan nos advierte que este ser que habla, su parlêtre, padece de goce. Goza de algo que no es placer, sino límite. Goza de un límite que sostiene su decir.

Si pedagógicamente quisiéramos exponer esta idea fuera de los muros psicoanalíticos, podríamos recurrir a una noción que, hoy por hoy, es moneda corriente en las neurociencias, a saber, que el aparato psíquico es un órgano con base neural cuya función es la representación del mundo exterior, entorno, ambiente, o como se le llame. Habría cosas en el mundo y el psiquismo no haría más que duplicarlas como representaciones generadas a partir de los datos sensoriales. La consecuencia lógica de esta asunción neurobiológica es que realmente no tenemos noticia de tales cosas en sí mismas sino que de la imagen (visual, acústica, táctil, etc.) que construimos de ella. Casi cayendo en el solipsismo, esta perspectiva se rescata a sí misma afirmando que tal reproducción imaginaria es bastante precisa, al menos, en cuanto a las necesidades de supervivencia humana.

Pues bien, desde otro lugar, el psicoanalítico, que no necesita debatir con el postulado anterior pues lo subsume, la cuestión es bastante más intrincada. Con todo, nos concentramos en el nivel psicodinámico donde una premisa fundamental, la del parlêtre, implica que el habla, que en verdad es del Otro, a través del sujeto, constituye el nivel de realidad psíquica, o sea, uno distinto al de ese mundo mítico supuesto que podríamos imaginar como mundo real. Allá él como sea que fuere, nosotros, seres que hablan de él, lo simbolizamos. Pero justamente es en esta condición donde Lacan advierte del goce que conlleva hablar.

El goce se origina porque hay lenguaje y porque en éste hay un “operador” fálico que resuelve algoritmos todo el tiempo, para decirlo aun en términos que dialogan con otras disciplinas. Entonces, el goce es eso que ha quedado retenido, hasta cierto punto, del otro lado del lenguaje duplicador de lo real. Lacan impondrá a partir de aquí que su psicodinámica, el proceso que atribuye a la relación entre los registros RSI afirmando que esa duplicación simbólica, la captura que pretende el significante, queda siempre finalmente frustrada y, aun con ello, un espejismo de simbolización se produce. Ésta es la razón por la que creemos que existen verdades y hasta somos capaces de defenderlas, ¡con la vida! Cuando en realidad, es con la muerte de la cosa. La muerte o artificialidad de un significante cuya arrogancia acometió la abstracción, la “traída a sí” de una cosa que sigue allí intacta.

Pero el goce no está en la génesis, no es un Edén primigenio del que fuimos desterrados para hablar. Más bien se trata de que una vez que el habla constituye al sujeto ―casi literalmente, el sujeto de la oración―, por après-coup, emerge o hay goce. Pues prístino es el cuerpo y el primer cuerpo es el de la madre, esa materia nutricia de la que nos desprendemos, apenas. Y es materia, palabra que proviene de mater, madre, de donde también madera, el material de construcción regio, y también de combustión. Así, una vez que el vástago es “echado al mundo” y sigue su curso de desarrollo libidinal, superando fases sucesivas de relación con el Otro y consigo mismo, esa materia originaria deriva en las opciones freudianas objeto de la pulsión y objeto de amor.

Pero insistamos en nuestro norte, la cosa y el goce. Reiteramos que cosa es causa, en su étimo. En el principio era la cosa y no el verbo… Un principio en el que no hay nadie para nombrarla, significantizarla. Así bien, y sin negar la insinuación bíblica, hay una nostalgia del paraíso de lo real originario o lo que llamaremos, psicoanalíticamente, la falta en ser del sujeto. Falta que echa a andar el infatigable deseo de algo (ali-quid). O sea, el ser, algo del ser le falta al sujeto. El sujeto es el parlêtre que, como tal, no sabe del ser sino de las abstracciones que hace del él. ¿Cómo podría no padecer de falta de ese objeto que apenas se representa en tanto sujeto? Ahí se padece de goce, que no obstante, se filtra en los significantes. Los “imanta”, carga las letras, nos hace sospechar (sub-spectare) que por debajo de la palabra hay cosas. El deseo entonces, que lúdicamente escuchábamos como ‘désir’, se hace habla subjetiva para ir tras la cosa aspirando a derogar la falta en ser.

Ahora bien, esta disposición simbólica de atenazar el ser es la pulsión de muerte en Freud y la muerte de la cosa en Lacan. Esta aspiración vana que anhela el retorno incestuoso a la materia causal, la cosa, supone que allí conquistará la felicidad, en la exacta línea en que múltiples psicoterapias prometen que con mucho mindfulness, “aceptación y compromiso” y “self-forgiveness”, ese estado es alcanzable. ¡¡Así es que macháquense imaginando la iluminación con cuanto significante tengan y accedan ―de nuevo― al Edén!!

Lacan desmantela esta ingenuidad fundamentando claramente su vicio argumental. Por la vía de la pulsión de muerte el sujeto más turba (masturba) su designio que consigue algo de real. Palabreando más se confunde en malos entendidos que giran como un helicoide en el lomo del toro que lo que se zambullen en el agujero central.

 

No. No dice el padre. Ésta es la prohibición del incesto (“no casto”). Pero, al final de cuentas, tal cosa originaria, matricial y homeostática es sólo una fantasma que nos inventamos. Llamarla “objeto perdido”, por ejemplo, es un modo de justificar su búsqueda. Su(b)ponerla autoriza echar a andar la maquinaria del decir, la elaboración, la sintaxis, el deseo que se abalanza sobre los objetos sustitutos que despeja para hallar el primero y último. Esta cosa, en consecuencia, el Das Ding produce el goce por un lado y el deseo por otro. Deseo por Otro, también que nunca satisface plenamente, propiciando que salga siempre de nuevo el sol para mostrar los diferentes objetos tentativos[2]. Por ello es que Das Ding y objetos no pueden ser lo mismo en ningún caso. De hecho, el propio yo es un objeto que revela, finalmente, la misma naturaleza provisoria. Todos los objetos parciales que tientan un momento, al siguiente frustran. Pero esto sostiene el deseo vivo, que no obstante, mata. Son los objetos a que se desatan en cadena, como la caída metonímica y sucesiva de piezas de dominó. Esa estampida de caídas es un frenesí pulsional que rodea a Das Ding insensatamente. No importa el apremio de la demanda de goce que haya, este deseo no da con(tra) el goce. El imperio del gran Otro se impone y las protestas que sus súbditos hagan sólo serán clamores dentro de su recinto. Las fugas son imposibles.

En cierta clase de esta cursada de Genealogía, el Prof. Albornoz remitió a Winnicott proponiendo cierta confluencia de su noción de objeto transicional y estos objetos propulsados por la a minúscula de Lacan. Notábamos allí que quizá se confrontan los goces del Uno solo y el goce del Otro, conflicto acerca del cual balbucean nuestros pacientes asegurando eso sí, como se echa de ver, cuotas de goce desperdigadas que llamamos neurosis y que escuchamos como el mito individual del neurótico.

 

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Referencias

 

Lacan (1984). Escritos. México: Siglo XXI.

Lacan (2020) El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós.

Lacan (2013) La ética del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Miller (2014) La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós. ,

Schejtman, F. (2012) Elaboraciones lacanianas sobre la neurosis. Ed. Grama.

Miller (2019) Causa y Consentimiento. Buenos Aires: Paidós.

Miller (2006) Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós.

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[1] Miller (2006) Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós.

[2]  Lacan clarifica en su Seminario VII: «…distinguir rigurosamente el sentido de lo que se llama un objeto en el análisis de lo que se llama un objeto como fundamento de una colección. En el análisis, el objeto es un punto de fijación imaginario que brinda, cualquiera sea el registro en juego, satisfacción a una pulsión» S.VII, p. 142.

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