Una definición más crítica
¿Por qué no hablar simplemente de psicoanálisis, a secas? El maestro francés que renovó la doctrina de Sigmund Freud, acerca de quien nos referimos a menudo en este blog, no otro que Jacques Lacan, tuvo por yerno y mejor discípulo a su tocayo Jacques-Alain Miller, filósofo y psicoanalista que recuerda que Lacan prefería que filósofos y psiquiatras se formaran como analistas, más bien que psicólogos. El psicólogo clínico puede fácilmente caer en la tentación del furor curandis. Como filósofo y psicólogo reconozco en mí los tumbos de la pasión clínica, sin embargo, me dejo guiar por lo que Miller afirma que significa ser lacaniano, a saber, asumir la primera tópica (icc, pre-cc y cc), en tanto que se la atravesara por el lenguaje estructurante. Además, significa poner en el centro lo inconsciente y no el yo, y eso determina drásticamente qué hace uno con la escucha en cada sesión ¿qué debe oírse? También, se consigna que lo anterior vacíe al sujeto, volviéndolo cadenas de palabras que desafían un goce subterráneo. Por último, ser lacaniano representa estar al tanto de las influencias postfreudianas que Lacan reconoció y que nos apelan a nosotros también, y en ese sentido, yendo siempre de frente a cualquier sujeto que demande análisis, incluyo las excentricidades que se ubican en el horizonte de mi época, donde vivo y muero como psicoterapeuta. A todo lo cual, agrego que el goce, la que me parece la noción más importante en el sistema lacaniano, es una brújula permanente en la dirección del tratamiento que atraviesa el Otro, que guía más allá, o más acá, no lo sé bien, pero que saca de la psicoterapia el lugar propio y distingue de la mera búsqueda del bienestar prefiriendo la tranquilidad de la verdad.